Anabela, abogada yaqui que lleva la lucha indígena a la ONU

Abogada yaqui, líder comunitaria y activista biocultural, María Anabela Carlón Flores lleva la causa de los derechos indígenas ante la Organización de las Naciones Unidas

Vícam.— No hay imposibles más que los que se pone uno, una filosofía de vida que ha permitido a la abogada yaqui, líder comunitaria y activista biocultural Anabela Carlón llevar la causa de los derechos indígenas ante la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y diversos organismos internacionales.

En su preparación académica cuenta con estudios de Licenciatura en Derecho por la Universidad de Sonora (1994-2000); estudió el idioma inglés y Ciencias Políticas en el Pima Community College de Tucson, Arizona (2000-2002) y fue becaria de la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos en Ginebra, Suiza, en el año 2005.

Mujer llena de sabiduría, guerrera, líder, con el carácter heredado por sus ancestros que protagonizaron un sangriento enfrentamiento contra el gobierno porfirista, en la Sierra del Bacatete, por defender su territorio y su identidad.

María Anabela nacida mexicana, en la comunidad yaqui de Loma de Bácum el 5 de agosto de 1976; es hija de Aurelia Flores de origen Yaqui y Antonio Carlón, de la etnia Mayo.

Actualmente trabaja en Indigenous People Rights Internacional (IPRI), organización a nivel mundial que se dedica a proteger a los defensores de los derechos de los pueblos indígenas, así como para unir y amplificar el llamado a la justicia y el respeto por ellos.

Con ese legado de lucha que le dejaron sus antepasados, cuando cursaba la preparatoria en el CBTA (Centros de Educación Tecnológica Agropecuaria) de Vícam, junto a sus compañeros de escuela iniciaron un movimiento para cerrar expendios de cerveza.

Después decidieron dar el apoyo a las autoridades tradicionales que mantenían tomado Banrural, y les pidieron que les consiguieran becas para continuar sus estudios, entonces los mandos, se dieron cuenta que la comunidad yaqui necesitaban jóvenes que estudiaran carreras que reforzaran la cultura, como lingüistas, medicina, economistas, abogados, agronomía y demás. Y así, fue como la
hoy reconocida abogada llegó a la Universidad de Sonora.

Si bien, su intención era estudiar agronomía por las grandes extensiones de tierra con los que cuenta la reserva indígena, al ver que de los que tuvieron oportunidad de tener beca optaron por esa carrera, eligió la licenciatura de derecho.

VICTIMA DE DISCRIMINACIÓN

Su paso por universidad fue duro; aunque la discriminación a veces parece tan normal que no se percibe. Anabela no se sentía diferente, sin embargo otros estudiantes se le acercaban para preguntarle si se sentía bien, que si porque vestía de esa manera, que eso ya no se usaba.

“Empecé a darme cuenta de que era diferente. ¿Y qué quieres que haga esa es la forma que se visten de donde yo vengo?, ¿porque voy a la universidad me voy a cambiar mi vestimenta o mi forma de ser?, voy por un conocimiento, respondía”. Yo me sentía normal, recalca.

En ese tiempo de estudiante, buscó trabajo, pero hasta en el más sencillo como era el vender ropa, le pidieron el 70% de inglés, “pero era porque me veían con mi indumentaria tradicional, era indígena y se veía que era por discriminación”. Ello, lejos de desanimarla, la llevó años después, a estudiar inglés en Estados Unidos.

Además, “la etnia estaba estigmatizada porque cuando por medio de presión, con medidas fuertes como toma de carreteras, se exigía atención del gobierno, decían que éramos violadores de derechos humanos como pueblo, entonces no era lo que decía la ley y lo que se hacía realmente, en ese momento, pues no creía en esto que es la justicia o que son los derechos humanos”, recuerda.

“Para mí era como simplemente un papel muerto o letra muerta como dicen y veía que atacaban mucho al pueblo y no por los usos y costumbres, sino porque estábamos exigiendo nuestros derechos como pueblo y no era no escucharlos a través de documentos o por las buenas”.

Tuvo que aprender por su propia cuenta, sobre derechos humanos, lo que no enseñan en la universidad.

Luego en las prácticas profesionales vivió una etapa decepcionante, pues varios asuntos que eran
iguales a otros que se trataban se resolvían en tres días. Los de ella no.

“Y posteriormente, una amiga me propuso, mira aquí hay una beca sobre derechos humanos de pueblos indígenas y yo estaba en esa decepción, una beca ¿para qué?, de todas maneras no se puede hacer nada o mucho, además es una beca que aplica mucha gente de todo el mundo no creo que me vaya a tocar –pensaba- porque vivía en la decepción total del sistema”.

“Pero esa beca me cambió la vida porque volví a sentir esta libertad que uno debe de sentir de expresarse de poder hacer algo, de conocer los mecanismos, si uno puede hacer algo localmente, entonces mejor, me sentí muy fortalecida”.

La Universidad de Sonora en aquel entonces le organizó una rueda de prensa: “ahí tuve la oportunidad de decir que nosotros –los yaquis- no éramos violadores de derechos humanos sino que los violaba era el sistema”.

INMERSA EN GRANDES PROYECTOS

Anabela conocida también como Jeka Ania que significa mujer de voz chiquita en yaqui, trabajó en la Procuraduría de Asuntos Indígenas, fue Directora del programa de apoyo académico a estudiantes indígenas en la Universidad de Sonora de septiembre de 2006 a diciembre de 2007, donde se realizó un trabajo de monitoreo de jaguares dentro de la tierra yaqui, porque la idea era proteger el territorio en todas las capas posibles.

Con apoyo de las autoridades y guardias tradicionales foto trampeaban al jaguar, y así fotografiaron y descubrieron otros animales; pudieron conocer más su propia reserva.

Colabora con la Alma Mater como lingüista. Está próxima a grabar cuentos para niños yaquis para reforzar la cultura y la lengua de la etnia.

Desde 2013 es Directora del programa de Protección del Patrimonio Natural y Cultural del Territorio yaqui Jamut boo’o A.C., y también, desde hace 12 años, forma parte activa del colectivo La Marabunta Filmadora que tiene el propósito de crear una red de comunidades indígenas en defensa de los territorios, la cultura, los derechos y la naturaleza.

Ha impulsado proyectos importantes para mujeres como el Akinahua, donde se hizo una investigación sobre el sistema alimentario de la tribu y después se creó una pequeña procesadora de pinole de trigo y maíz, y se elaboró mermelada de pitahaya como posibilidad de negocio para consumo local. Ahora varias mujeres se dedican a la venta de esos productos.

Ha impartido pláticas y disertaciones para estudiantes y catedráticos de algunas universidades, unas son de derechos humanos, otras sobre cultura.

El avance tecnológico le ha permitido dar conferencias internacionales, entre ellas para la Universidad de Bonn, Universidad de Colombia, para un museo del estado de Illinois,

Estados Unidos, sobre repatriaciones de objetos culturales y participó el año pasado en el Acuerdo de Escazú en Ecuador, sobre defensores de derechos humanos.

Actualmente participa en una investigación del Colegio de San Luis en San Luis Potosí, sobre derecho humano al agua, pueblos indígenas, pueblos vulnerables, en lo que corresponde a la etnia yaqui.

La abogada, ha estado promoviendo los derechos humanos y la esencia de la tribu yaqui en varios países que ha visitado, como Canadá, Guatemala, Panamá, Ecuador, Bolivia, Paraguay, Uruguay, Suiza, Francia, Italia, Suecia, Irlanda y Reino Unido.

FUE SECUESTRADA

Una mujer tan preparada en todos los ámbitos, podría estar en cualquier país de primer mundo; también lo reconoce la activista, sin embargo, siente que puede ayudar más a los suyos desde lo local a lo internacional, porque así siente, respira y vive lo que está pasando en su tribu.

Anabela Carlón, vive en la comunidad Kuu Bwae (Comiendo Agave), en Vícam, donde tiene alrededor de un centenar de gallinas y gallos, varias cabras y perros.

Recibe a EL UNIVERSAL en la cocina de su casa, un cuarto construido por su esposo, con carrizo y tronco de mezquite, por donde se cuela el viento fresco. Afuera, se escucha una radiodifusora comunitaria donde ponen música tradicional popular.

En medio de esa tranquilidad campirana, relata que esa lucha por el territorio para evitar la instalación del gasoducto, estuvo a punto de acabar con su vida y la de su esposo Isabel Lugo Molina.

De antemano, sabía que ese activismo en contra del megaproyecto podría acabar mal. El 29 de agosto del 2013, la Comisión Reguladora de Energía otorgó a la empresa Gasoducto de Agua Prieta de IEnova, el permiso para construir los tramos Guaymas – El Oro, el cual atraviesa los ocho pueblos yaquis.

Luego de ganar la licitación, la Comisión Federal de Electricidad (CFE) anunció que empresa Gasoducto de Agua Prieta, invertiría 10.84 millones de dólares, el cual tendría una longitud total aproximada de 833 kilómetros.

El 13 de diciembre de 2016, regresaban de comprar pacas, cuando fueron alcanzados por camionetas como las que usa la Agencia Ministerial de Investigación Criminal (AMIC) y una camioneta de la Policía Estatal, también estaba ahí, recuerda.

Hombres armados los bajaron de su vehículo y los subieron a un auto chico. En el trayecto no dijeron nada, pensaron simplemente que les había llegado la hora por la activa lucha contra el gasoducto que debido a la resistencia, estaba parado en Loma de Bácum.

En el trayecto, preguntó a sus captores el motivo por el que se los llevaban y la respuesta fue para que transmitieran a los inconformes “que no anduvieran con chingaderas, que dejaran de hacer cosas”. Uno de ellos le dijo que sólo era un susto.

Las redes sociales le salvaron la vida. Poco antes de ser privados de la libertad, había sido entrevistada, y al reconocer alguien su camioneta en la carretera dio aviso a las autoridades tradicionales; “inmediatamente empezaron a transmitir de nuestro secuestro y antes de que llegáramos a Obregón, a mí me liberaron pero se llevaron a mi esposo”. En pocos minutos los medios habían hecho una gran presión.

Comenta Anabela que estaban tan ocupados buscando a su esposo que descuidaron la construcción del gasoducto y la empresa avanzó tramos; además, les llevaron un documento de desistimiento a las autoridades para que retiraran la demanda de amparo que tenían en contra de la suspensión del gasoducto.

La mujer de temple se desmorona, sus ojos se anegan y ruedan las lágrimas, sin que su rostro se descomponga. Expresa con firmeza: “Les dije no, no hay necesidad de que se firme porque nosotros no tenemos ninguna garantía de que nos lo regresen vivo, en cambio, si firman, tal vez nos lo regresen, pero lo van a regresar muerto… además, pues será un honor, ya habíamos platicado con mi esposo, ya estábamos metidos en un asunto grande, que puede que nos pasara algo, y dije, estamos dispuestos a dar nuestra vida por la defensa del territorio y así es como le dije no”.

En ese momento, evitó llorar enfrente de todos, para que no le tuvieran lástima y cedieran; le dolía la incertidumbre de lo que estuviera pasando a su esposo. Sabía que iban a salir perdiendo y “hubiéramos perdido a mi esposo, hubiéramos perdido el desistimiento, así que no íbamos a caer en el juego y pues, resistimos”

Al sexto día apareció su esposo, pero ya había recurrido al Comité contra la Desaparición Forzada, (CED por sus siglas en inglés) desde donde se presionaba a la cancillería de México para que hicieran algo en la búsqueda de Isabel Lugo y así es como el sexto vida día pudieron dar con él.

“Lo aparecieron” muy golpeado, fue torturado física y psicológicamente; como matrimonio, los trataban criminalizar y dividir al mismo tiempo. No supieron si esa presión llegó por parte del gobierno o por la empresa.

“Muchas cosas que hemos aprendido de los ancestros, nos ayudó bastante, no nos dividimos y nos fortalecimos como pueblo, en aquel momento fuimos muy unidos”.

Ya no vive en Loma de Bácum, pero esa lucha por la defensa del territorio yaqui que le arrancó tanto sufrimiento, acabó con algunos tubos del gasoducto vendidos a la chatarra, hasta que la misma empresa terminó cediédoles la tubería.

El gasoducto tomará una nueva ruta y sacará la vuelta a algunas comunidades yaquis, al momento se desconoce si el proyecto tiene previsto atravesar uno de los ocho pueblos de la etnia (Loma de Guamúchil, Loma de Bácum, Tórim, Vicam, Pótam, Ráhum, Huirivis y Belem).

DE CREENCIA YAQUI

Anabela es una mujer amable, cordial y amena, sonríe con facilidad, pero su carácter es fuerte y de
grandes convicciones heredadas por sus ancestros.

“Soy de la religión Yaqui, donde las tradiciones y las festividades están ligadas al catolicismo”, pero no es lo mismo tener la creencia y tener la fe, es diferente, sostiene.

“Si vas a ser Yaqui completamente, lo vas a tener que creer sin miedo a que te juzguen o que te crean una loca”.

“Crees más en la fuerza de la naturaleza, en el monte, la madre tierra, el sol, la luna porque ellos son los que influyen en nuestras vidas, en la producción, en todo”.

La mayoría cree en lo católico, en la teoría de la evolución y demás, entonces acá es creer en los ancestros que viven debajo de la tierra o en lo que te puede comunicar la naturaleza, lo que puede decir o predecir con el clima, con el sol, con las nubes.

“Esa es nuestra cosmovisión, no me siento culpable por no creer en lo católico, claro lo respeto porque es una forma que ya está metida de alguna manera en el yaqui, pero cuando estamos haciendo la ceremonia, se hace como una misa católica, pero está en los elementos de la naturaleza”.

María Anabela Carlón Flores, es de las mujeres que inspiran, una agente de cambio que con sus conocimientos de varias lenguas indígenas, abogada y defensora de los derechos humanos no sólo ha asesorado a la etnia yaqui, sino que lleva la lucha y la voz de todos los grupos étnicos de México ante las Naciones Unidas y organismos internacionales.

El Universal